Hoy no me siento ni filósofo, ni poeta. Lo cual no quiere decir que no esté de ánimo peripatético. No son grandes cosas las que hoy traigo al blog. Se trata nada más que de imágenes que han ido cayendo en mi cesta de fotos al hilo de mis paseos durante las últimas dos semanas.
Las dejó aquí prendidas por el orden en que las tomé en estos días ambidextros de noviembre.
Por el bosque de Råda Säteri
En Suecia hay por todas partes lo que llaman Herrgård. Ya desde el siglo XVII los propietarios de tierras enriquecidos construían estas “masiones del señor”, es decir las casas de los amos de explotaciones agropecuarias y de producción de leche y derivados.
Hoy muchas de ellas han dejado de tener esa función y para mantenerse se han reciclado como sitios de prestigio para eventos, bodas, seminarios y otras celebraciones. Muchas albergan ahora buenos restaurantes y mesones en los alrededores de las ciudades.
Son antiguas mansiones, amobladas al gusto de otras épocas, llenas de recuerdos y de detalles suntuarios de siglos pasados, sin perder el carácter que tuvieron de centro de una explotación agrícola y ganadera, con las instalaciones adyacentes, algunas de ellas dedicadas a la práctica de la equitación.
No obstante, subsisten algunas que cumplen todavía su función original de núcleo residencial de una explotación agrícola y ganadera. Salvadas las distancias, son los cortijos del norte de una clase social, la de los nobles del pueblo, que se enriqueció y mimetizó algunos de los rasgos de la aristocracia en siglos pasados. No podían aspirar a tener un castillo, pero sí una mansión. En el siglo XX eran ya en su mayoría propiedad de la burguesía industrial.
La verdad es que esta casa del amo o del señor no responde a un solo tipo ni es sólo característico de Suecia y yo me estoy extendiendo demasiado.
Solamente pretendía glosar las fotos de nuestro paseo a través del bosque de una de estas casas, la herrgård de Råda Säteri (“domicilio del que manda”) cerca de Gotemburgo. De las paredes de madera de la mansión cuelgan recuerdos de visitantes ilustres, como una carta manuscrita de Albert Einstein a su anfitriona durante el viaje que efectúo por Suecia en 1923, tras la recepción del premio Nobel.
Hay noticias y restos arqueológicos que retrotraen la historia de esta granja a la Baja Edad Media. La edificación actual es de la segunda mitad del siglo XVIII.
Toda el área, alrededor del Rådasjön, es un parque natural protegido y forma parte de la Red Europea Natura 2000.
Los grabados franceses del siglo XIX, amarillentos y románticos, flanquean la escalera principal. Si no has reservado mesa en el restaurante de manteles blancos dentro de la mansión, o no quieres pagar tres veces más por sus detalles gastronómicos, te basta con entrar en su krog de uno de los edificios auxiliares y comer muy bien a la pata la llana en régimen de buffet a precio fijo.
El paseo junto al lago añade romanticismo y sensaciones otoñales a la jornada.
En los jardines de Trädgårdsförening
Lo consideramos nuestro parque del barrio y es uno de los más hermosos de Gotemburgo a un tiro de piedra de casa.
Hay espacios y una casa para los niños, tiene un gran pabellón botánico y los canales lo rodean por dos de sus costados
Quedaba una hora de sol cuando nos dimos una vuelta por sus veredas para estirar las piernas.
Con ojos infantiles
Y como por Navidad vienen dos de mis nietos, estoy explorando algunos museos que aún no había visitado. En el Universeum no entré por falta de tiempo, pero no me hizo falta recorrerlo para darme cuenta de que los niños tienen ahí un mundo de maravillas y descubrimientos.
Basta ver la procesión continua de padres y madres con carritos y niños de la mano, dirigiéndose a sus puertas en una mañana de martes. La noria del parque de atracciones de Liseberg se perfila detrás del diplodocus longus que parece moverse a su antojo por la explanada del museo.
No me quedaba tiempo para la visita, pero está claro que este lugar es adecuado para encandilar la imaginación y fomentar la creatividad de los pequeños.
Navegar en sueños
En cambio, sí que pude darme una vuelta por las salas del Museo de la Navegación (Sjöfarts Museet) y de su acuario, lugar muy frecuentado por grupos escolares y familias.
Los pequeños se pegan a las vitrinas del acuario para observar la fauna piscícola multicolor, tratar de descubrir la cabeza de la murena o la langosta en sus escondrijos o a los peces platiformes que se mimetizan en los fondos marinos.
El museo fascina a los adolescentes con sus explicaciones de fabulosas rutas marinas, reproducciones de tamaño real del interior de los bajeles y todos los modelos inimaginables de barcos.
Pero es la sala en penumbra de los mascarones de proa la que más gente menuda atrae y fascina. Bueno, no sólo a ellos, pues yo no puedo evitar que estas rudas fisionomías me hipnoticen un poco.
Incluso hubo navieros que plantaron su efigie de jefe de oficina en la proa de sus naves.
En fin, que mi programa de Navidad se va llenando y si tuviéramos la suerte de que la ciudad se cubra de nieve, podríamos subir a tomar un smörgås en una de las cafeterías en lo alto de sus torres, para contemplar Gotemburgo bajo un manto blanco.
